domingo, 19 de septiembre de 2021

Anécdota

 

Siempre que los visito saco el tema.

Mis tíos son cordobeses y están casados hace mil años. Mis primos son mayores que yo, así que ya ni la cuenta llevan. Lo que recuerdo es cuando festejaron las bodas de oro, hicieron una fiesta enorme. Se reunió la familia completa, los de Buenos Aires viajamos todos. Eso fue hace tiempo, así que sí, están casados hace una eternidad.

Cuando voy de vacaciones me instalo en la casa de ellos, en alguna de las habitaciones que fueron de sus hijos y que ahora son para cualquiera que los visite. Me siento más cómodo en ese caserón que con los familiares de mi edad, que tienen hijos chicos, y además me quieren llevar de acá para allá, a mostrarme ante los amigos, como la novedad que soy.

Mis tíos viven el ritmo de quien ya no tiene apuro, les gusta la compañía, me dejan en paz. Llego, me ducho, duermo un poco si manejé de noche, y en el primer mate compartido vuelvo a lo que más me divierte. Trato de sacar el tema de manera inocente y ellos juegan a la novedad, pero no se cansan de contar, y yo no me canso de escuchar, la historia del OVNI.

Cada uno tiene una versión, y puede parecer increíble que, hasta ahora, con todas las que pasaron, no se hayan puesto de acuerdo en una. Es más, creo que, a medida que pasa el tiempo, cada uno se afianza en la suya con más convencimiento

La versión del tío es la escéptica. Transcribo un resumen, como lo cuenta él.

“Fue el verano de nuestra luna de miel. No teníamos mucha plata, así que nos tuvimos que conformar con ir hasta Capilla del Monte. Nos hubiera gustado Bariloche o Mar del Plata, pero recién empezábamos y bueno, Capilla era lindo también. La segunda noche se nos ocurrió salir a caminar, de la mano, recién casados, por el pueblo, que en ese momento serían tres casas. Todo estaba oscuro, apenas las luces de la calle, que tampoco eran gran cosa, iluminaban un poco. El camino se adentraba en la oscuridad de las montañas y de repente tu tía me sacude la mano y me señala el horizonte. Una luz se asomaba. Una luz fuerte, el resplandor nos cegaba. Y después de un rato, así como había aparecido, se fue. Volvimos al hostal y la dueña había visto lo mismo. Yo le dije que debían ser los de la empresa de electricidad que habrían hecho reventar algún transformador o algo, pero ella y ésta (señala a mi tía) empezaron a decir que había sido un OVNI. Y no las pude convencer de otra cosa.”

Mi tía prefiere la versión crédulo-romántica.

“Elegimos Capilla para nuestra luna de miel porque es un lugar precioso, y no iba tanta gente como a los destinos típicos, Bariloche o Mar del Plata. Nos alojamos en una residencia pequeña, sencilla, pero muy limpia y con detalles de decoración muy personales. Tenía apenas unas pocas habitaciones y era atendida por su dueña, una señora ya grande, nacida en Capilla, que sabía muchas cosas de la historia del lugar y otras leyendas del pueblo. La segunda noche el clima era de ensueño. No hacía frío ni calor, el cielo estaba despejado y eso en un sitio así significa que podías ver el mapa completo de estrellas. Ni una nube que tapara las constelaciones. Por eso se nos ocurrió salir a dar un paseíto de novios. De la mano, sin nadie que nos molestara. Estábamos caminando por la calle principal, que cuando termina la línea de luces se pierde en la montaña, cuando vi aparecer una nave espacial como las de las películas, esos famosos platillos voladores. Tenía luces todo alrededor, debía ser plateada o metálica al menos, porque la luz rebotaba y se expandía sobre las sierras. La vi elevarse, girar, parecía estar acomodándose en el aire. Le tiré tan fuerte de la mano al tío que casi se cae. Le grité que mirara eso, y me dijo que sí, que lo estaba viendo. Un ratito después la nave volteó y bajó, desapareció de nuevo detrás de las montañas. Volvimos corriendo a la residencia y la dueña lo había visto también, igual que nosotros, y coincidió conmigo en los detalles de la nave. Pero él (señala a mi tío) se encaprichó con la historia de la planta de electricidad y no hubo manera de que asumiera la verdad.”

Yo los escucho, aunque me sé los relatos de memoria. Me gusta comer los bizcochitos caseros de mi tía y ver cómo se apuntan con los dedos y se acusan de no pensar lo mismo.

Mil años hace que están casados, criaron cinco hijos, levantaron un negocio juntos, tienen no sé cuántos nietos. Pasean de la mano todas las tardes y tienen sincronizados los horarios de sus vidas, como si fueran dos mitades de la misma cosa.

Pero es sacar el tema y verles la chispa en los ojos. Eso que los hace discutir y diferenciarse un poco.

Los miro y no puedo evitar una reflexión que me obligo a descartar de inmediato, por idiota: que el amor se trata de eso. De no perder nunca la propia versión de la historia del OVNI.




domingo, 5 de septiembre de 2021

Bitácora

Todos te lo dicen. Es algo sabido, pero uno no hace caso hasta que es demasiado tarde, como en mi caso.

No hay que enamorarse de compañeros de trabajo. En realidad, no hay que tener ningún tipo de relación que no sea estrictamente profesional con ningún compañero de trabajo. Se sabe, a la larga se puede complicar, y entonces cómo resolver la tensión. ¿Se renuncia? ¿Se pide cambio de departamento? La segunda es una opción válida siempre y cuando tu empleo tenga la alternativa. En mi caso no la hay. Todos trabajamos en el mismo lugar, no hay traslado posible.

Nos conocimos en el entrenamiento. Ella era una inmigrante rusa y aún al día de hoy me cuesta decidir qué fue lo primero que me llamó la atención de ella, porque todo llamaba la atención en ella. Irina era inteligente (no habría llegado hasta acá si no lo hubiera sido) simpática, tenía un humor muy fino y además era atractiva. Tenía tantas cosas a su favor que pronto tuvo a un séquito de colegas, técnicos e incluso administrativos a sus pies. Por alguna razón, me eligió, y comenzamos a vernos fuera del horario de trabajo.

El tiempo pasó, nos tocó compartir algunas misiones, nos casamos, éramos la envidia de los guiones de Hollywood, una pareja casi de ficción.

Hasta que un día ingresó María. Mexicana, brillante por supuesto (todas las mujeres que llegan acá lo son), pero en una versión que contrastaba con Irina. Desde su estética de morena latina hasta su humor, más familiar, cálido, no tan agresivo. Ella también me eligió a mí, a pesar del conflicto que eso representaba. Creo que en cierto modo la seducía lo irregular de nuestros encuentros, el secreto en el que se daban. Con Irina nos exhibimos todo el tiempo. Con María nos ocultábamos, el sexo era veloz, más satisfactorio aún por la adrenalina de saber que podíamos ser descubiertos.

También me tocó compartir misiones con ella, y pensé, ahora veo cuán errado estaba, que nadie sabía lo que ocurría entre nosotros, que nuestras charlas no podían ser interceptadas por las radios de otros colegas, que la inmensidad del espacio nos contenía.

Confié tanto en mi capacidad de ocultamiento que fue recién hace un rato que me di cuenta de que Irina sabe todo, que lo sabe desde hace tanto que elaboró este plan, porque no es casual. No tuve tiempo a reaccionar. Cuando ella me ordenó que fuera yo quien bajara del módulo a explorar este planeta, me pareció ver algo diferente en su mirada, pero los vidrios de los cascos reflejan la luz de las estrellas y es difícil estar seguro de lo que se percibe. Ella decidió que fuera yo quien explorara y se quedó dentro de la nave, monitoreando los aparatos y las computadoras. No era lo habitual, siempre salíamos juntos, nos gustaba descubrir mundos nuevos de a dos.

Al cabo de unos minutos de exploración sentí el vacío en los auriculares. El silencio perfecto, como una llamada que se corta y abre un portal al infinito.

Intenté volver a la nave, giré, a esta velocidad de cámara lenta que nos permiten los trajes y la falta de gravedad de este lugar, cuando terminé el giro vi lo que estaba haciendo. Irina daba arranque a la nave, se despegaba de la superficie y salía disparada hacia el espacio, dejando una nube de polvo denso detrás.

Quedé solo. Ella me castigó sin siquiera un grito, sin insultos, sin peleas. Siempre dije que era una mente superior.

Saqué de mi mochila los elementos de escritura con los que ahora resumo esta historia. Me pregunto si la próxima misión que venga lo encontrará, si acaso habrá más misiones a este lugar. Yo dejaré este testimonio aquí, no sé qué explicaciones dará Irina cuando llegue a Tierra.

Cierro esta narración, sin poder olvidar esa mirada espejada de mi esposa, su última acusación silenciosa, ese momento en el que me di cuenta de que se había terminado nuestro matrimonio. Y todo cuanto tuve y fui.