sábado, 9 de abril de 2016

Insomnia

A veces, como ahora, no se puede dormir a la hora del sueño.

Como esa, hay montones de contradicciones.

Que te guste el mar, pero lo prefieras en días de lluvia, cuando está igual de gris que tu ánimo. Cuando está igual de revuelto que tus ideas. Cuando no se queda quieto y parece protestar. Esa movilidad estática, desesperada, de quien se sacude siempre en el mismo lugar. Como el ahorcado antes de morir.

Un dolor de cabeza y el botiquín vacío de analgésicos, el bolsillo vacío de dinero, la hoja vacía de palabras. La hoja que te mira y espera, ansiosa. La cabeza que estalla y espera, ansiosa.

Un hombre que te gusta, pero vos no le gustás a él. Otro que gusta de vos, pero que a vos no te gusta. Una búsqueda similar a intentar encontrarse en un laberinto de espejos.

Que las galletitas de agua se arruinen por la humedad.

Que Blanco sea apellido y Negro, no.

Una depresión severa que te diagnostican mientras te reís a carcajadas.

Una felicidad enorme que se te escurre en lágrimas incontenibles.

Ahogarse sin estar en el agua. Quedarse sin aire en medio del aire. Asfixiarse de emoción, atragantarse con un sentimiento o un carozo de aceituna, o un trozo de carne mal masticado. ¿Cómo puede ser todo igual? ¿Cómo? Si es todo distinto.

Que los fines de semana largos dejen la sensación de haber sido tan cortos. Que la semana que los precede sea más extensa por la espera.

Que la angustia oprima, que la ignorancia libere.

Querer y no poder. Tener esa pila de sueños postergados que deseás realizar. Y así y todo, no poder. Porque hay alguien dentro de vos que te frena, y esa debe ser una de las contradicciones más grandes: no somos uno, somos varios: nuestro hoy y nuestros ayeres.

Que Murakami afirme que para desarrollar el pensamiento independiente no hay que leer los libros que lee todo el mundo. Que todo el mundo lea sus libros.

Reír por compromiso. Convocar el poder de la risa sólo para agradar a alguien. Debería ser físicamente imposible. Pero no, se puede.

Se puede comer sin hambre. Se puede entregar el cuerpo sin amar. Se puede beber sin sed, incluso hasta embriagarse. Se puede caminar sin rumbo. Se puede parir y no ser madre. Se puede ser madre sin parir. Se puede hablar sin decir nada. Se puede decir nada y significar todo.

Se puede morir joven y dejar tanto inconcluso.

Se puede llegar a viejo, habiendo estado muerto en vida.

Se puede saber escribir, combinar las palabras para que suenen bellas, para que activen fibras, para que generen emociones.

O se puede hacer esto: hilvanar sinsentidos.
Una noche, a la hora del sueño. Mientras no se puede dormir.