jueves, 1 de junio de 2017

Quatrocchi

Quiere jugar al fútbol pero su mamá no lo deja.
-          Te van a romper los anteojos de un pelotazo.
Intenta sacárselos, para jugar, a escondidas de su madre y del oculista y de su hermano siempre buchón. No ve nada. Todas las figuras se le borronean en un claro que, interpreta, es la luz del día. Se vuelve a calzar los lentes. Ahora sí. Los manchones oscuros son los chicos. A la pelota, en su media ceguera miope, ni la adivinaba.
Se resigna a traer y llevar el agua o lo que le pidan con tal de seguir en el campito, con tal de ser uno más, al menos por un rato, uno del equipo.
Ignora las cargadas del goleador, los demás son más piadosos.
Cuando el profesor chifla el silbato y llega la hora de irse a casa, Juan recoge su portafolios de cuero lleno de felicitaciones y buenas notas. Es el único que sigue con el guardapolvo puesto, todo almidonado. Los otros chicos tienen barro de la cabeza hasta los pies. Cómo le gustaría estar sucio.

Se sacude un poco el pelo, para sentir la ilusión de haber pegado un cabezazo. Lo van a retar, no le importa. Desata un zapato, se baja las medias. Una más que la otra. Busca la vivencia, el recuerdo del pasto, de los raspones de los demás que él no tiene. Se ilusiona esas cuadras. Las recorre mientras arrastra su excelencia académica de vuelta a casa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario