Lo importante con las
arañas es saber todo el tiempo dónde están.
Supongo que ese es el
mantra de cualquier militar en situación de guerra: conocer en todo momento la
posición del enemigo.
La cosa es así: en cuanto
te das cuenta de que hay una araña en tu cuarto, registrás su ubicación y
controlás que permanezca siempre en el lugar donde la viste. Ellas suelen elegir
las esquinas del cielorraso, donde pueden extender sus telarañas en diagonal,
que así dispuestas funcionan como redes a la espera de las presas.
Eso es lo que tienen de
bueno. Las arañas esperan a sus víctimas. Les tienden esas trampas apenas
visibles y ahí se quedan. Por eso no se pasean por tu habitación en busca de
comida: la comida les va a llegar tarde o temprano.
Todas las noches, y
varias veces durante el día si es posible también, es fundamental verificar que
la araña siga en su rincón elegido. Podés dormir tranquilo si así sucede.
El problema surge ese día
en el que llegás y ves que no está más donde la dejaste. Que se movió. O se
murió, no hay manera de saberlo.
Ahí es cuando te empieza
a carcomer el miedo, cuando recrudece la fobia y mirás debajo de la cama,
encima, entre las sábanas. No vas al baño tranquilo porque puede picarte en el
momento menos pensado, puede estar oculta debajo del inodoro.
Porque aunque se alimente
de insectos puede querer lastimarte, atacarte, y se escondió para eso.
Nunca vas a saber adónde
fue y la incertidumbre te seguirá por días, meses, hasta que la biología te
diga que no hay manera de que siga con vida aquella araña que viste una vez.
Para entonces puede que
ya haya una nueva en alguna otra junta de pared y cielorraso. Tomarás entonces
registro mental de su ubicación y te quedarás tranquilo mientras veas que se
mantiene en su posición. Vigilancia constante.
Porque lo importante con
las arañas, o con cualquier enemigo en realidad, es
saber siempre dónde están.
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