sábado, 14 de noviembre de 2015

Sacrilegio


Sor Susi sabía.
Secretos susurrados, signos sospechosos.
Sopesaba sus opciones: silencio, suicidio, soledad.
Según el senador Silverio, en este Sur del mundo, una señorita seria y sencilla como ella sabría silenciarse y sofocar el suspenso.
Susi sentía su sanidad amenazada. Sobrevendrían seguras secuelas psicológicas. Surgían los sucesos en su mente.
La sacrílega sorpresa: esa sábana salpicada de sangre, el sable samurái, la sonrisa siniestra en el semblante del sacerdote simulador, aquel salvaje sinvergüenza. Sensación surrealista.
El singular Sosa puso a su servicio un séquito de siete de sus seguidores para sacar la suciedad y le sugirió sedantes.
Ella se sometía a la sumisión. La sinceridad no serviría.
El sagaz sargento Sánchez lo suponía, sin señales que lo satisficieran, sin seguridad.

Sólo Susi salvaría la situación. Sentada a la sombra del sabicú optó por el sigilo. Se llevaría el secreto al sepulcro. Por ahora, sobrevivir.


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