Es cierto. No lo tratábamos muy bien cuando éramos chicos.
Él era el más chiquito, feúcho, y encima siempre triste por
esos motivos. Mamá lo protegía igual, pero nosotros no queríamos que viniera a
jugar con nuestros amigos, que se burlaban de él, y por extensión, de todos los
hermanos.
Nació último, de un huevo que ya de afuera se notaba
defectuoso, distinto. Sus plumas eran horribles y no tenía siquiera gracia para
andar.
Ahora cambió, y da vueltas por ahí, pavoneándose en medio
del lago, siempre acompañado de alguna damisela nueva.
Los poetas le cantan y hasta se enteró de que un compositor
de música dedicó un ballet a su especie (me encantaría contarle cómo termina
también al vanidoso, pero ya no nos hablamos).
Se ve hermoso y tanto animales como humanos se lo confirman.
A nosotros nos persiguen a escopetazos, a él le sacan fotografías.
Sí, lo reconozco, nos portamos mal con él. Pero no era para
tanto, cosas de chicos. No como su vanidad vengativa de ahora. No acepta
disculpas ni nos quiso volver a ver.
Resentido.
Cogotudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario