martes, 24 de noviembre de 2015

Distancia

Te abrazo y te confirmo lo que me habías adelantado, que estás más flaco. 
Y durante la noche mientras nos amamos, te lo repito. Porque te siento cada vez más flaco. Como si esa pérdida de volumen físico reflejara la distancia que crece entre los dos. Cada vez estás más lejos, aunque estés adentro mío.

No hace falta decirlo, sé que esta vez es la última. Ya sea porque dejemos de hablarnos o porque, en algún momento, tu creciente flacura termine por hacerte desaparecer en el aire.


sábado, 21 de noviembre de 2015

Círculo

El cortejo recorre la ciudad. Lento. Silencioso. Desfile de despedida.
La viuda vestida de negro improvisado se inclina sobre la tumba. Ensucia la brillante madera con un ramo de flores que huelen a reproches. Las flores se pudrirán pronto. El cadáver las seguirá.
Los hijos se lamentan  por el padre perdido, las nueras, por sus maridos. No hay nietos.
El sacerdote se aferra a su libro de consuelos. Las mismas palabras para todos los que se van, para todos los que se quedan. Democracia del final.
El sepulturero respira hondo y lanza tierra dentro de la tierra como parte de su rutina, como el cocinero que agrega harina a la mezcla del pan. Día tras día, hogaza tras hogaza, muerto tras muerto.
En alguna parte un niño llora al sentir el frío del mundo por primera vez.

La mañana apenas comienza. Como la soledad.


viernes, 20 de noviembre de 2015

El diferente

Es cierto. No lo tratábamos muy bien cuando éramos chicos.
Él era el más chiquito, feúcho, y encima siempre triste por esos motivos. Mamá lo protegía igual, pero nosotros no queríamos que viniera a jugar con nuestros amigos, que se burlaban de él, y por extensión, de todos los hermanos.
Nació último, de un huevo que ya de afuera se notaba defectuoso, distinto. Sus plumas eran horribles y no tenía siquiera gracia para andar.
Ahora cambió, y da vueltas por ahí, pavoneándose en medio del lago, siempre acompañado de alguna damisela nueva.
Los poetas le cantan y hasta se enteró de que un compositor de música dedicó un ballet a su especie (me encantaría contarle cómo termina también al vanidoso, pero ya no nos hablamos).
Se ve hermoso y tanto animales como humanos se lo confirman. A nosotros nos persiguen a escopetazos, a él le sacan fotografías.
Sí, lo reconozco, nos portamos mal con él. Pero no era para tanto, cosas de chicos. No como su vanidad vengativa de ahora. No acepta disculpas ni nos quiso volver a ver.
Resentido.

Cogotudo.


domingo, 15 de noviembre de 2015

Delivery

Viernes por la noche. Los dos teníamos encima el cansancio acumulado de toda la semana.
Por una vez, Arturo tuvo una buena idea. Pedir comida a domicilio.
-        -  ¿Qué tenés ganas de comer?
-        - ¿Qué te parece pasta?
-         - Genial. Sólo que hay que tener mucha “pasta” para pedir comida en este barrio.
Los dos nos reímos con el pequeño juego de palabras. Tonto, cómplice jueguito.
Como no acostumbrábamos darnos ese tipo de lujos, recurrí a los folletos que habían dejado en el edificio esa semana. Enseguida di con un lugar que parecía bueno y ofrecía precios coherentes con nuestra economía. Además destacaba la especialidad de la casa: “ravioles”.
Llamé y en media hora nuestro pedido estaba en casa. Bajé entusiasmada, ya empezaba a sentir el relax del fin de semana.
El chico me dio la caja, cobró, y me aclaró:
-          El queso rallado está en el sobrecito debajo de las bandejas.
Qué amable, preocuparse por el queso, pensaba mientras subía la escalera. Al entrar al departamento vi que Arturo había puesto la mesa  así que no sentamos a comer, felices.

Pero todo duró poco. Enorme fue nuestra desilusión cuando, al querer ponerle queso rallado a nuestra cena, abrimos los sobrecitos y en lugar de parmesano encontramos un extraño polvo blanco que nada tenía de condimento. Recordé la recomendación del chico de la moto. Pasta.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Sacrilegio


Sor Susi sabía.
Secretos susurrados, signos sospechosos.
Sopesaba sus opciones: silencio, suicidio, soledad.
Según el senador Silverio, en este Sur del mundo, una señorita seria y sencilla como ella sabría silenciarse y sofocar el suspenso.
Susi sentía su sanidad amenazada. Sobrevendrían seguras secuelas psicológicas. Surgían los sucesos en su mente.
La sacrílega sorpresa: esa sábana salpicada de sangre, el sable samurái, la sonrisa siniestra en el semblante del sacerdote simulador, aquel salvaje sinvergüenza. Sensación surrealista.
El singular Sosa puso a su servicio un séquito de siete de sus seguidores para sacar la suciedad y le sugirió sedantes.
Ella se sometía a la sumisión. La sinceridad no serviría.
El sagaz sargento Sánchez lo suponía, sin señales que lo satisficieran, sin seguridad.

Sólo Susi salvaría la situación. Sentada a la sombra del sabicú optó por el sigilo. Se llevaría el secreto al sepulcro. Por ahora, sobrevivir.