El
cortejo recorre la ciudad. Lento. Silencioso. Desfile de despedida.
La
viuda vestida de negro improvisado se inclina sobre la tumba. Ensucia la
brillante madera con un ramo de flores que huelen a reproches. Las flores se
pudrirán pronto. El cadáver las seguirá.
Los
hijos se lamentan por el padre perdido,
las nueras, por sus maridos. No hay nietos.
El
sacerdote se aferra a su libro de consuelos. Las mismas palabras para todos los
que se van, para todos los que se quedan. Democracia del final.
El
sepulturero respira hondo y lanza tierra dentro de la tierra como parte de su rutina,
como el cocinero que agrega harina a la mezcla del pan. Día tras día, hogaza
tras hogaza, muerto tras muerto.
En
alguna parte un niño llora al sentir el frío del mundo por primera vez.
La
mañana apenas comienza. Como la soledad.
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