Es la hora muerta del verano: la siesta.
Los grandes duermen o trabajan. Las vacaciones son patrimonio de los chicos.
En la tele solo pasan películas viejas o alguna telenovela que ni a la abuela le interesa. Todo en blanco y negro.
El sol derrite apenas el asfalto, que queda más brilloso que de costumbre, pero nosotros jugamos en el jardín, al fondo de casa.
La calle está vacía de otros niños. No nos dejan estar afuera sin la supervisión de un adulto.
Si cantan las chicharras, jugamos con agua. Baldes y mangueras.
Si no, jugamos al mercado, a cocinar, andamos en patines.
No usamos relojes, pero de alguna manera aprendida a fuerza de rutina, sabemos cuándo se acerca la hora.
Nos acomodamos de rodillas, los codos apoyados en el respaldo del sofá para poder mirar por el ventanal que da a la calle.
Descorremos la cortina y monitoreamos los escasos movimientos callejeros. Casi no pasan autos por este barrio veraniego y suburbano. Está tranquilo. Nadie va ni viene.
Los colectivos circulan por la avenida que queda a la vuelta.
Tiempo suspendido.
Tengo el monedero listo, apretado en una mano, y la ansiedad a flor de piel.
Es que cuando llegue hay que correr, porque si pasa y no nos ve, sigue de largo y no tenemos permitido perseguirlo por ahí.
A lo lejos se empieza a distinguir la invitación. La voz tan esperada. La ruptura de esa nada que es la siesta.
Heladeeeero. Palitobombónhelado.
Nos apuramos y por la brusquedad trabamos la llave de la puerta. Lo intentamos de nuevo. Sale bien. Abrimos.
No hay rejas en los frentes de las casas todavía, así que llegamos rápido a la vereda.
Por fin lo vemos doblando la esquina. El carro blanco lo precede. Detrás, él, el dueño de la voz. También todo de blanco, hasta el birrete.
Se detiene y los chicos de la cuadra nos encimamos a su alrededor.
A mí me gustan los palitos de agua sabor frutilla. A mi hermana, el bombón de vainilla con baño de chocolate. Pago yo porque ya sé manejar la plata; ella, no.
Volvemos a entrar a casa. Felices, botín en mano.
Tratamos de no manchar la ropa mientras comemos y jugamos.
El verano puede seguir su curso.
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