Hacía una hora que la clienta hablaba sin descanso.
Parecía no necesitar siquiera pausas para el aire.
El peluquero asentía y tijereteaba, aunque ya no prestaba atención a las
palabras que salían a borbotones de esa boca deformada por un rouge rojo
furioso.
La irritación lo colmó y arrancó el hacha contra incendios del soporte en
la pared.
La mujer reaccionó feliz cuando lo vio en el espejo.
-
¿Con qué novedad vas a sorprenderme hoy,
querido?
El golpe fue certero, experto: un único corte en la nuca logró que la
cabeza volara hasta la puerta del baño.
Aunque los labios todavía parecían moverse, en cuestión de segundos, en
medio de un charco de sangre densa, se hizo el silencio.