Jugar
“Luli (por su prima) ya no quiere jugar más conmigo porque
es adolescente. ¿A qué edad va a querer volver a jugar?”
Pregunta mi hija y a mí se me llena el pecho de angustia
mientras pienso que quien ya no va a querer jugar va a ser ella.
Y empiezo a extrañar a la nena que todavía es, pero que
pronto va a dejar de ser. Y me invade esta suerte de nostalgia anticipada, inminente,
irreversible. La única opción para que la vida siga.
Ropa
Hace un tiempo se me rompió el lavarropas y como no me
alcanza el dinero para la costosa reparación, utilizo las comodidades de la
casa de mi mamá que se transformó en mi lavandería personal. Voy y vengo con
las bolsas. Va la ropa sucia, vuelve la ropa limpia, en un ritual casi
cotidiano.
El otro día volvía a casa así cargada cuando me cruzó un
vagabundo, sucio, desaliñado, llevaba un par de bolsas, igual que yo.
-
Señora, ¿no tiene ropa para regalarme?
-
No, acá no, disculpá.
-
Pero ese sweater … (el saco de lana que yo había
tenido puesto hasta hacía un rato y que sobresalía de una de las bolsas)
-
No, disculpá…
Chasqueó los labios y se fue,
mascullando vaya una a saber qué palabras.
Me quedé con una sensación
incómoda. Me gustaría haberle explicado que la ropa que yo llevaba en mis
bolsas no era de descarte, que son mis prendas, y las de mi hija, de todos los
días. Seguramente como las que, sin tanto perfume a suavizante, lleva él, de
acá para allá, en su propio ritual casi cotidiano.